Los fuertes vientos empujaban el pequeño barquito que navegaba por el Mediterráneo. Al timón, el Viejo Capitán se mantenía inmóvil, mirando al frente. Ni las gotas de lluvia en su cara ni las olas enormes lograban distraerle. Ni siquiera se dio cuenta de que las cuerdas que sujetaban las velas se rompieron, ni de que la bodega comenzó a llenarse de agua. Él mantenía la vista al frente, sujetando con mano firme el timón. Incluso cuando el viento arrancó las velas, cuando el mástil se partió y el agua ya le llegaba a las rodillas, el Viejo Capitán siguió mirando al frente. Y cuando el barco por fin se hundió, él seguía aferrado al timón, flotando y dejándose llevar por las olas.
La tormenta duró toda la noche, pero acabó con el amanecer. Y en medio del mar, el Viejo Capitán seguí allí, sin moverse. Las corrientes lo arrastraron hasta una pequeña islita desierta, de esas que tanto abundaban en las buenas épocas, con una gran playa de arena blanca y palmeras llenas de cocos y plátanos. Y por fin, el Viejo Capitán soltó el timón, se sentó bajo una de esas palmeras y se quedó mirando al mar. Un día, dos, cien. Así estaba, contemplando el mar cuando apareció un gran buque en el horizonte. Cada vez más grande, su fue acercando a la isla. Y cuando no pudo acercarse más, de él partió un bote en dirección a la playa. En el bote iban dos hombres, ambos con casco de obreros pero bien trajeados. Uno iba con un montón de plano; el otro, una banda en la que podía leerse “Mayor”. Sin detenerse ni saludar al Viejo Capitán, comenzaron a parlotear y andar por toda la isla, examinando cada centímetro. Por fin, volvieron al gran buque. Y el Viejo Capitán ni se inmutó.
Al día siguiente, en vez de uno mandaron cien botes. Ahora sí, los ocupantes eran auténticos obreros, que con sus cascos, hachas, martillos y demás herramientas comenzaron a cortar todas las palmeras. Todas menos la del Viejo Capitán, al que ni miraron ni hablaron. Poco a poco, las casas se levantaban y llegaban los primeros inquilinos. Y claro, la gente tiene sus necesidades, por lo que se construyó un gran centro comercial, con cines, hamburgueserías, tiendas,… Se construyó una central para producir electricidad para toda la isla, y como se producía mucha, hubo que construir una fábrica para no desperdiciarla. Dependiendo del día, en la fabrican hacían zapatos, bolsos, abrigos, neumáticos, clavos,… La isla marcha, decían los padres mientras sus niños veían la televisión. Y el Viejo Capitán ni se inmutó.
Y tan bien marchaba la isla que empezaron a llegar turistas. Y claro, hubo que construir hoteles para que pudieran dormir, y discotecas, porque los niños habían crecido y la televisión ya los aburría. Y las discotecas atrajeron más turistas, con lo que se hicieron nuevos hoteles y más discotecas. Tanta y tanta gente quería venir a la isla, que decidieron crear una carretera con el buque para facilitar su llegada. Por eso, el hombre con la banda “Mayor” y el de los planos se acercaron al Viejo Capitán y le dijeron: “Excuse me, but you are in the place were we will build a new road.” Y el Viejo Capitán se levantó, lo miró a los ojos y dijo una sola palabra: “Atrévete”.
jueves, 17 de septiembre de 2009
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