martes, 28 de octubre de 2008

El gato vagabundo

Una noche cualquiera, en una ciudad cualquiera, un gato duerme entre cartones y sombras. Acurrucado en el suelo, apoyado en la fría pared, sueña con todo aquello que una vez tuvo: un cómodo sofá con cojines, un vaso de leche siempre que lo deseara, una caricia, una sonrisa al verlo, los gritos y risas de los niños,… Pero claro, de eso hacía mucho, y ya sólo podía soñar con aquello que perdió.

Todo comenzó bien cuando era pequeño, con una familia que lo quiso y cuidó de él. Tuvo todo cuanto podía desear. Pero fue creciendo, haciéndose mayor y el mundo dejó de prestarle atención hasta que, finalmente, lo olvidaron y él se fue. Al principio no sabía qué hacer o adónde ir, tenía hambre y estaba cansado. Caminando por las desconocidas calles llegó a un parque en el que pensó pasar la noche, tendido en el césped o en un banco. Sin embargo, al poco rato llegó una gran cantidad de jóvenes que empezaron a beber y a bailar con la música a todo volumen, por lo que decidió buscar un lugar más tranquilo. Ya se había dado la vuelta para marcharse cuando un grupo de esos chavales lo vio y empezaron a perseguirlo mientras le tiraban botellas vacías y se reían de él. Tras casi media hora de carrera, logró darles esquinazo, pero volvía a estar perdido y, cómo no se le ocurrió nada mejor, se metió en el callejón que había ante él y allí pasó la noche.

Desde entonces, aquel callejón fue, si no su hogar, su refugio, un lugar al que retirarse cada noche en busca de paz y tranquilidad. Durante semanas, fue acumulando cartones que le sirvieron de colchón y aprendió a conseguir comida de entre la basura o mendigando entre la gente. Hubo una vez una niña que le dio un caramelo. Él quiso acercarse a agradecérselo, pero la madre se apresuró a llevarse a la niña lejos de él. Al principio las miró desconcertado pero más tarde, sentado en sus cartones, comprendió. Después de todo, vivía en la calle, iba sucio, olía mal y seguramente tendría piojos. ¿Quién en su sano juicio querría acercarse a él?

Una noche se despertó sin motivo aparente, Ya iba a darse la vuelta para continuar con su sueño cuando oyó el sonido de la música y las risas. Extrañado, se levantó y se acercó a la esquina del callejón a investigar. Al parecer, los dueños de la panadería del otro lado de la calle habían vendido el local y los nuevos dueños habían instalado una discoteca. Ante ella había una multitud de gente, adultos y jóvenes, bebiendo, fumando o simplemente gritando. Con un gruñido de insatisfacción, se dio vuelta y volvió junto a sus cartones. Todo aquello le recordó lo ocurrido semanas atrás en el parque, sólo que esta vez no tenía ninguna gana de buscarse otro lugar dónde vivir. A fin de cuentas, él había llegado primero.

Las primeras noches transcurrieron sin más incidentes que alguna canción demasiado alta o un coche demasiado rápido, pero pronto los clientes del local empezaron a invadir el callejón. Al principio era de forma ocasional, para vomitar o hacer sus necesidades. Una noche en la que no podía conciliar el sueño el gato vio como un joven entraba en el callejón, se acercaba y orinaba a apenas medio metro de dónde él se encontraba sin notar su presencia. Esas “visitas” pronto pasaron a mayores, y el suelo pronto se llenó de colillas, preservativos y alguna que otra jeringuilla. Muchos jóvenes, incapaces de tenerse en pie se dejaban caer en el callejón mientras reían o lloraban por igual, y algunos pasaban la noche acurrucados junto a él.
Nuestro gato no estaba demasiado contento con sus nuevos vecinos, pero estaba dispuesto a tolerarlos siempre y cuando no se inmiscuyeran en su vida y lo dejaran en paz. Pero no fue así. Las peleas no tardaron en aparecer, por una chica, por un chico, por una botella, por dos, daba igual, rara era la noche en la que dos o más de esas “personas” acababan a puñetazos.

Al principio no les dio importancia, pero cada vez ocurrían más cerca de sus cartones hasta que le tocó a él. Sin saber el motivo, tres muchachos se tiraron sobre él y comenzaron a pegarle una paliza. El gato intentó escapar, pero la falta de sueño y el hambre lo habían debilitado demasiado. Los chicos reían extasiados mientras no dejaban de darle puñetazos y patadas. Uno de ellos sacó una pequeña navaja y, mientras sonreía, pidió a los otros que “agarrasen al animal”. Se acercaba con la navaja amenazante cuando, de repente, se detuvo, giró la cabeza y salió corriendo. Sus compañeros se miraron extrañados, pero se apresuraron a seguirle al oír las sirenas de la policía.
Los agentes encontraron al gato tendido en el suelo, sangrando por la boca y la nariz y con numerosas magulladuras. Uno de los agentes se arrodilló y le preguntó si se encontraba bien, pero el gato no pudo responder. Diez minutos después, el gato iba en una camilla rumbo del hospital más cercano, pero no llegó. Al día siguiente, entre las páginas de economía y deportes, un periódico anunciaba “la muerte de un hombre en una pelea de vagabundos, presumiblemente debido al alcohol o las drogas”.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Sin más

Sueño de una clase de Lógica

Génesis final,
mirada y sonrisa;
fin del comienzo,
besos y caricias.

Disparo letal,
larva cerbera,
hambre de duda,
crisálida negra.

Muerde y desgarra,
crece y respira,
vive y mata,
crece e inspira…

dolor eterno,
furia, ira,
sangre y fuego,
angustia y agonía.

Dulce muerte,
carcasa vacía,
¿fiel y cortés?
Falsa y mezquina.

Y al final ¿qué resta?
Recuerdos, lágrimas,
pedazos de cielo,
fragmentos de nada.